Gorda tiene 11 años. Y sí, se llama así, y le hace honor con ese cuerpo redondito que solo dan los años de vida tranquila en una casa. Porque Gorda no ha sido una perra de la calle, ni ha vagado buscando comida, ni ha dormido a la intemperie... hasta ahora. Su vida cambió de golpe cuando su dueña —la que se supone que debía quererla para siempre— decidió deshacerse de ella como quien tira un mueble viejo. Así, sin más. Nos la cedió para que le buscáramos una familia, y ahora estamos aquí, tratando de recomponer el mundo de una perrita que no entiende por qué ya no está en su hogar. Y eso es lo más duro: Gorda no entiende. Está en una residencia, rodeada de ruidos, de jaulas, de otros perros que tampoco tienen un lugar. Y aunque se porta como una campeona, aunque su cuerpo resiste, su alma está rota. ¿Cómo le explicamos que ella no hizo nada mal? ¿Cómo le decimos que su única falta fue envejecer? Nos duele profundamente verla ahí. Sabemos que a su edad necesita paz, calorcito, caricias lentas, compañía tranquila. Sabemos que cada día que pasa en la residencia se le apaga un poco más la chispa. Y no lo merece. Ningún animal que ha dado todo su amor durante 11 años merece este final. Necesitamos para ella una casa de acogida indefinida o, aún mejor, una adopción definitiva. Alguien que la quiera como se merece. Que no mire su edad como una carga, sino como un privilegio. Que le devuelva la dignidad que su anterior humana le quitó. La adopción será solidaria, sin ningún coste, porque lo único que nos importa es que Gorda pase sus últimos años siendo querida, valorada y protegida. Porque después de toda una vida entregando amor, se lo ha ganado con creces. Haz que el final de su historia sea tan bonito como ella. Porque Gorda aún tiene mucho amor por dar… solo necesita que alguien, por fin, se lo devuelva.