Hola, me llamo Flus. Mi historia es un camino de esperanza, ilusiones rotas y un deseo profundo de encontrar finalmente un hogar donde me comprendan. Llegué al refugio junto a mi hermanita cuando éramos solo unos cachorritos. Era pleno verano, y aunque el refugio estaba lleno, nos hicieron un hueco para que pudiéramos estar seguros. Al poco tiempo, ambos fuimos adoptados. Pensé que finalmente tenía una familia para siempre, pero la vida me tenía preparada otra lección. Tenía mucha energía desde pequeño. Les advirtieron a mis adoptantes que yo iba a ser un perrito movido, lleno de vitalidad y con una necesidad enorme de actividad. Ellos parecían preparados: les gustaba correr, salir al aire libre y hacer ejercicio, así que todo pintaba bien. Sin embargo, a medida que fui creciendo, mi energía resultó ser más de lo que esperaban. Hice travesuras a más no poder: rompí cosas, me comí lo que no debía y me metí en más de un lío. Visité al veterinario tantas veces que ya casi éramos amigos íntimos. Me llevaron a varios educadores para intentar canalizar mi energía, pero parece que, a pesar de todos los intentos, no lograron entenderme del todo. Quizás el problema no era yo, sino que la familia que me adoptó no estaba realmente preparada para cuidar de un perro con mis necesidades. Necesitaba paciencia, compromiso y mucha comprensión, algo que, lamentablemente, no pudieron darme. Para colmo de males, tuve un percance en un correcán de Barcelona, donde un hombre me asustó tanto que desde entonces tengo miedo. Soy un poco miedoso, lo admito, pero sigo siendo un perro noble y cariñoso que solo necesita alguien que me brinde la confianza que me falta. Ahora estoy de vuelta en el refugio, rodeado de amaneceres que solo traen más nostalgia. Me pregunto, ¿por qué los humanos a veces no entienden que para nosotros es devastador ser devueltos? Los últimos meses he visto cómo muchos compañeros encuentran un hogar, mientras yo sigo aquí, con un corazón oprimido, esperando que alguien finalmente vea más allá de mis travesuras y mis miedos. Es triste pensar que, a veces, devolver a un perro adoptado parece haberse vuelto una moda. Pero puedo asegurarte que el dolor que sentimos cuando nos devuelven es profundo, como si el mundo se apagara un poco más cada vez.